jueves, 16 de octubre de 2008

Ofertorio


MONLERAS, 12 DE OCTUBRE, 2008

– ¿Falta mucho, chaval?
– Dice mi madre que tienen que rezar primero cincuenta padrenuestros.
– ¿No serán avemarías?
El niño encoge los hombros y mientras, el anfiteatro se va llenando de gente que mira la puerta de la iglesia. El rosario avanza en sus cuentas bajo techo sagrado y por el cielo libre lo que crecen son nubes y aires de tormenta, que ya retumba por Berganciano.
Las conversaciones se abandonan al puro gusto de hablar de cosas menudas y los chicos suben y bajan por el escenario, chillan y corren entre las gradas de piedra. A veces llega una pelota desmayada hasta los pies de un círculo de hombres que la acaban de frenar con un paraguas.
De pronto alguien anuncia que ya está y por la puerta de la iglesia va apareciendo una cesta rebosante de verduras: puerros, tomates –asentados entre las lechugas los del país y de esos que llaman cherry enredándose por el arco del asa, como una diadema encantada–, cebollas, una lombarda, una escarola..., en fin, un jardín bajo las nubes. Y luego va surgiendo de la penumbra una dulcería de escándalo: tartas de manzana, bollos maimones, que son como la torre de Babel de la repostería, con su desafío a la gravedad, bizcochos, rosquillas nevadas, torrijas que entibian el aire, de tan recientes. Y cerrando la procesión de los frutos que produce la iglesia, sale el señor cura. Solo faltó en la tarde pródiga un bando de palomas que cruzara sobre el campanario. Pero acaso lo hubo sin que los ojos lo supieran, que estaban más pendientes de la tierra donde se ofrecía tanto bueno. Y tampoco habrán dejado las alas memoria en los oídos, que traían bailando responsos santos, enredos de torres de marfil y arcas de la alianza que pronto fueron a confundirse entre ruegos de números: doce euros el bollo maimón, que es casero, cinco euros la calabaza, que es de pipas, quince la cesta floreciente de huerta otoñal... También se alza alguna voz para reprimir, con más risas que alarma, la aventura de un dedo infantil que avanza amenazando el decoro de la bollería.
Vienen gotas a mezclarse con las cifras y en seguida crecen los paraguas en el anfiteatro. El cura abre la iglesia para que sigan los ofrecimientos a la Virgen bajo sagrado. Quien más quien menos va llevándose el fruto de su generosidad y con la lluvia sonando sobre las piedras se va extinguiendo la oferta y alargando la tarde, que trae promesa de merienda compartida. Para algunos ya ha empezado la fiesta: el señor cura y el niño de los padrenuestros se cruzan por el atrio con un trozo de torrija bailando en los labios.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Le doy mi enhorabuena a quien haya escrito la tarde del Ofertorio de forma tan poética. Está bien leer cosas tan bien escritas.

Anónimo dijo...

Las personas que no asistimos por diferentes causas, a la Fiesta del Ofertorio, nos es grato el recordar y dejar volar la imaginación, visualizando el escrito y la foto colgada en el blogg.

Gracias por la labor.